Por Sergio Mendoza Echeverría
«Primero vinieron por los socialistas,
y yo no dije nada, porque yo no era socialista.
Luego vinieron por los sindicalistas,
y yo no dije nada, porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los judíos,
y yo no dije nada, porque yo no era judío.
Luego vinieron por mí,
y no quedó nadie para hablar por mí» – Martin Niemöller
El misterio empezó en el tiempo en que las fotos venían en un rollo Kodak de veinticuatro o de treinta y seis imágenes. El proceso de revelar las fotografías era mágico. Teresa me acompañaba desde el inicio. Al llegar a la última foto nos íbamos al «cuarto oscuro», así se llamaba el habitáculo, al que le tapábamos todas las rendijas para que no se lograra colar ni un fotón. Lo que se había capturado en el rollo se trasladaba a papel de fotografía con ayuda de una ampliadora. Una vez hecho esto, los papeles se sumergían en los líquidos donde aparecía por arte de química y magia lo captado por la cámara. De manera poética, Teresa me decía, que lo que allí aparecía era el reflejo de la luz sobre el objeto «real» contra el rollo a través de la lente prístina del aparato. No solamente era ver la imagen sino también fijar el día y la hora cuando se había reflejado dentro de la cámara: el tiempo se había detenido allí en ese instante concluía.
Teresa no era fotógrafa: era observadora crítica. Por ese tiempo, cuando alguien tomaba fotos, mucha gente a veces, se apartaba del foco de la lente. Ella recordaba que su tío le decía que algunas personas tienen la creencia de que una foto les roba parte del alma. Esto le parecía curioso a Teresa que no lograba imaginar cómo una fotografía pudiera causar daño a alguien. Le parecía una superstición porque ella no creía ni en brujas, ni en aparecidos, ni en nada que no tuviera una explicación razonable.
En septiembre, a mitad de semestre en la universidad, ya tomado el ritmo del estudio teníamos tiempo para esa afición extraña, apasionante y muy difundida en algunos círculos, de tomar fotos en blanco y negro. Fue para este momento que en una fotografía tomada a mediodía, Teresa apareció borrosa. Como si se hubiera movido rápida para salirse del foco y en otra más de lo mismo. Todos los que estaban en el grupo salían sonriendo o hablándole a la mancha blanca que se revelaba en la foto. El asunto es que yo no recordaba el momento y la situación exacta porque había pasado algún tiempo antes de revelar el rollo y me había olvidado de las circunstancias, así que no le presté mucha atención al asunto. Durante el siguiente semestre estudiamos sistemas operacionales y variable compleja de Speigel por lo que no tuvimos mucho tiempo para la fotografía. Una vez terminamos, volvimos a la afición y cuando Teresa apareció como una mancha en una nueva foto, empecé a anotar en un pequeño cuaderno los días, horas y condiciones del clima del momento del fenómeno.
Empezaba 1980. El gobierno de Turbay Ayala, el sabio presidente que prometió «reducir la corrupción a sus justas proporciones», amparado en el Estatuto de Seguridad realizaba actos contra los derechos humanos y la protesta social escalaba, los académicos y sectores de la cultura se pronunciaban y alguna gente desaparecía o era arbitrariamente retenida. Sin embargo, nosotros y nuestros compañeros, no éramos conscientes de los momentos que vivía el país. Teresa, por su parte, ni siquiera había robado una fruta en el mercado, a pesar del hambre que la acompañaba de manera permanente, ni era activista. Era una simple estudiante que sobrevivía con lo que lograban girarle sus padres, de manera religiosa, a principio de cada mes. No puedo decir que profesase alguna ideología o si lo hizo, me lo ocultó muy bien.
Teresa volvió a la universidad con buen ánimo luego de haber pasado el fin de año con la familia en Málaga, Santander. Los primeros días de estudio se pasaban rápido, mientras uno buscaba los mejores profesores para las materias o acomodaba el horario de forma que las clases fueran seguidas en la mañana. No había mucha intensidad en el principio así que volvimos a la fotografía y de nuevo salió Teresa convertida en mancha. Ya para este momento, muchos compañeros conocían el fenómeno y entonces nos burlábamos de ella por su vocación de fantasma.
A mediados de marzo tomé la última foto al grupo que teníamos. Revelé el rollo en mayo al final del semestre. Entonces todos extrañamos a Teresa porque no había vuelto a clases. Cuando pasé la foto a papel, apareció Teresa; unos metros atrás se veían dos personas con anteojos oscuros, con sus cabezas volteadas hacia Teresa. Inclusive se veía la cara del profesor Calvo mirándola con actitud preocupada. La siguiente fotografía que estaba en el rollo había sido tomada cinco minutos más tarde: Teresa no estaba, tampoco los de las gafas oscuras.
Cuando le conté a mi papá todo lo sucedido, inclusive lo de las manchas blancas, me dijo:
—Manuel, no muestres a nadie esas fotografías, destrúyelas y el rollo también. Ah y el cuaderno. No podemos saber qué pasó pero no se ve bien.
—Papá, ¿Por qué debo hacer eso? Teresa aparece ahí y cinco minutos después no está y no la he vuelto a ver desde ese día.
—Por eso, por eso…
La fotografía fue aportada por el autor.