Por Fressia.
En un pueblo perdido en la cordillera oriental de Colombia, Misia Berenice le dice a Elisa: “Muévase mija que se hace tarde pa’ abrir la tienda, ya deben estar afanaos los turistas buscándonos para tomarse el tintico, o el aguaepanela p’abrigarse”.
En aquel remoto pueblo es bien sabido por todos que la tienda de doña Berenice, es la más amplia y limpia, también se sabe que queda en la esquina del parque de este pueblito alejado del bullicio de la ciudad. Misia Berenice, hace 40 años atiende a cuanto turista o paisano llega al pueblo. A todos les gusta entrar a su tienda, la que se ve siempre limpia, con mesitas rectangulares de madera delicadamente adornadas con jarros pequeños en donde coloca el azúcar o la panela, en otros chorotes en miniatura coloca la canela en polvo para agregarle sabor al masato de arroz o al de maíz, que son muy sabrosos.
Hay dos mesas, una al lado derecho y la otra al lado izquierdo, para comodidad de la clientela, cada mesa tiene a un lado bancas y en el lado opuesto hay butacas. Mesas, bancas y butacas, hechas de pino color natural, adornadas solo con los semicírculos que dejan los nudos propios de esta madera, cuáles ojos que parecen estar atisbando a todo aquel que entra a la tienda, a ver quién se va sin pagar, o se apaña una galleta en cualquier descuido de la tendera.
En el centro de la tienda hay un espacio para facilitar la movención de quien entre a hacer la compra para el avío o para el puntal de los obreros, quienes están en el oficio de cultivar la papa, el maíz o el santo trigo para el sustento de la familia pueblerina.
Cuando alguien se asoma a la tienda, atisba unas bandejas grandes, llenas de colaciones de variadas formas, colores y sabores, sobre los mostradores en vidrio enmarcados con tiras de caña brava muy brillantes. Para protegerlas de cualquier mugre, las bandejas están cubiertas con carpetas blancas bordadas en punto de cruz.
Misia Berenice se arrutanaba cuando los turistas o paisanos que hacía mucho no visitaban el pueblo le preguntaban: “¿Por qué son tan especiales sus amasijos y la mantecada y el masato y el dulce de plato? ¡todo es una delicia!”.
Y desde que vengo a esta tienda escucho como Misia Berenice siempre les comenta que: “El misterio está en la batida de la masa y la calidad de los ingredientes que se utilizan en este trajín, como la mantequilla, sacada de la leche trasnochada; la pura harina limpiada en el cernidor y los huevos de la finca de Don Jacinto, quien siempre cuida muy especialmente a sus gallinitas. Eso es todo un misterio y a medida que vamos haciendo estos amasijos, al aire se va pasando camándula y luego comentamos los últimos chismes del pueblo para hacer contentas el oficio, siempre bajo el lema de mi abuelo: “con alma vida y sombrero y tal cual invento”.
A quienes visitaban por primera vez la tienda, les llamaba la atención su organización; al lado izquierdo hacia el fondo, en una pequeña pared de bahareque, se encontraban los canastos llenos de almojábanas, boronas, roscones, los ricos cotudos, las diferentes formas de galletas, pan aliñado, las mestizas, los plumeros, mejor dicho, el grano de trigo y maíz convertido en los bocados más sabrosos de la región.
Al fondo, al lado de los canastos, en un armatroste o endormia, se encontraban las múcuras, la más mediana y amarilla es la del masato de arroz, en la alargada y de tripa ancha se encuentra la chicha de maíz y en los calabazos que tienen colgados se encuentra el aguamiel para calmar la sed. En cada múcura hay un cucharón grande de madera manejado únicamente por doña Berenice. Misia, decía que, si alguien metía la cucharada en las múcuras, se corta su contenido. Ese es el misterio de la ricura de sus bebidas.
En la tienda se planean paseos y planes para la conocencia de los sitios turísticos, allí se reúnen los amantes de las conversas y pasan tardes enteras comentando de sus aventuras, de cuando asustaban a la gente contándoles historias del páramo alto y los espíritus que en él habitan.
Los más veteranos hablaban de la violencia. Muchas historias de valientes hombres que se enfrentaban con los cachiporros que se querían entrar al pueblo a quemarlo. De aquellas mujeres guerreras, ellas les llevaban la comida, curaban a los heridos, ayudaban a construir las trincheras… en fin, unas peliadoras hombro a hombro con los maridos, o con los hermanos y aun con sus padres. Los mujeriegos se ponían cita en la tienda para acordar porque camino se irían a encontrar con la inocente novia de turno.
La tienda no solamente guardaba las ricuras del amasijo como dice Marina, la sobrina de la dueña, quien le ayuda a atender a los clientes en la tienda. También guarda los secretos de tantos como había en el pueblo, los de las casas más bonitas, los dueños de fincas y las autoridades, empezando por el cura, el poeta, el alcalde, el músico, el profesor, mejor dicho, los distinguidos del pueblo.
Por eso le tenían tanto cariño a doña Berenice, una mujer prudente, desde que no le tocaran sus intereses, ella no pronunciaba palabra.
Hablaba mucho con los turistas para orientarlos, les recomendaba qué atajos del camino debían seguir, para llegar más rápido o para que los amigos de lo ajeno no les salgan de sopetón y además de robarlos los asusten. “Caminen por donde vean a obreros en la paña de la papa o del santo triguito. Ellos con sus manos encallecidas saben de tranquilidad y ayuda” les recomendaba la tendera.
Si necesitan caballos, les recomienda ir donde don Crisanto, se palabrean con él, que es muy acertado. Tiene un secretario un poco atulampao, pero sabe mucho de caballos, les coloca bien la silla, la jáquima, el barbuquejo y les acomoda bien lo que cargan para que no se le eche a pique ninguno de los trebejos.
Los turistas le agradecen la ayuda a Misia Berenice llevándole algún presente y haciéndole una buena compra de cada uno de sus ricos bocados, hechos con sabor a llamas de amor, como ella misma dice.
Así, día tras día, desde que tengo memoria, doña Berenice le pone el alma a su trabajo y a la atención de cualquiera que entre a su tienda. Con todo el mundo es muy cariñosa, hace siempre chistes; a las señoras engañadas las consuela, les da consejos y las anima. Les dice con voz pausada y segura: “Mija, eso no es mal de morir, miren como es de bonita la vida, vayan a caminar por donde quieran, a la loma, al río, a la vega, a la montaña, a la nieve. Contemplen el rebaño, los jardines, el despliegue de las alas del cóndor o de cualquier ave, inclusive la de los chulos. Miren el cuadro de la Virgen, ella las consuela. No se echen a morir por esas bobadas.”
Muchas de las mujeres que la escuchan, salen más tranquilas. Siguen sus consejos y vuelven a celebrar con chicha, guarapo o masato, acompañado con cuanta colación encuentren en la tienda de las alegrías, de los consejos y de la prudencia.
En este espacio mágico se entrelazan las risas, los chismes y los consejos de la sabia tendera, que brinda consuelo y alegría a todos los que la visitan. Misia Berenice y su dichosa tienda es siempre recordada por los turistas que vienen de paso; respetada y querida por todos los que habitan este pueblo y, aunque a veces no lo quiera, mencionada en todos los chismes. Este local en la esquina del parque se ha convertido en un símbolo de identidad, donde se crean recuerdos que perdurarán en la memoria de todos los que han tenido la suerte de conocer este mágico lugar, donde no falta nunca un delicioso manjar ni una buena historia que contar.
Imagen aportada por autor.