Juana, la lora

Por Néstor Raúl Franco Vásquez

Juana, o Juanita, es el único animal que merece tener nombre de mujer y de ser tratada como un ser humano, y además se le abone con amor y cariño el diminutivo. Ella, la muy simpática, llegó en la época de las bombas y las cargas de dinamita; la trajo Bonsái en una caja de cartón con dos orificios a los lados para que pudiera respirar como un regalo para su amada esposa doña Papeleta. La entrega sigue siendo un chiste de nunca acabar de contar desde ese mismo día.

Ocurrió un sábado por la tarde, doña Papeleta ya estaba advertida por una de sus hijas a la que su papá le había contado en secreto de que en ese día le traería una de las cosas que tanto anhelaba la mamá. Pero, la niña no le contó realmente lo que era ese tal regalo, simplemente le daba pistas de lo que podría ser, diciéndole que empezaba por la letra L, y que terminaba con la A; y, asimismo, le hacía muecas con los labios simulando el pico de un ave, las manitos las curvaba como si fueran dos alas y saltaba con los pies al revés.
Doña Papeleta, del entusiasmo que le dio por la sorpresa, no entendió las señales que le hacía la niña, y se ilusionó al creer que por fin iba a tener en su casa la tan soñada lavadora; pero, lo que vio al abrir la caja cuando la recibió de las manos de Bonsái, fue una lora que la miraba tan asustada como lo estaba ella…

─¡Por Dios Bonsái! ¿Cómo se te ocurrió traer primero una lora que una lavadora?

Aunque desde niña, Doña Papeleta ha sido amante de los animales y muy en especial de las aves; siempre quiso tener -a la par de pericos y canarios- una lora. Esa tarde, cuando Bonsái bajó del taxi con la caja entre las manos, de inmediato ella se extrañó de que en ese empaque tan pequeño pudiese caber una lavadora; sin más que decir arrugó su entrecejo y con la mirada fusiló al pobre de Bonsái.

Cuentan los chismosos, que a Doña Papeleta le provocó meterle, con pico y plumas verdes, rojas y amarillas y así de coloridas esa ave culo arriba. Lo que calmó el huracán antes de que fuera a tronar y acabara hasta con el nido de la perra, fue que de la caja salió Juanita evitando un loracídio y saludando como si fuera toda una estrella:

─Hola que tal, ¿cómo están? Juanita quiere cacao… ─saludó y se presentó con esa confianza que tienen algunos humanos cuando se creen de mejor familia, y entran tan orondos como si fueran los verdaderos dueños de la casa.

Los curiosos que observaban la entrega del regalo se quedaron mudos. Bonsái, aún tenía la sonrisa en los labios, desconociendo que su amada lo que deseaba con necesidad y demasiada urgencia era una lavadora.
¡UNA LAVADORA Y NO UNA LORA!

El hecho es que Juana, con su saludo real, apaciguó las aguas bravas, y antes de que alguno de los presentes hablara, empezó a cantar sin desentonar:

─Yo quiero ser torero, torero quiero ser…

La cantó completa, con esa armonía y el garbo en su olé. Luego, interpretó varias tonadas del bolero Mucho Corazón, de Benny Moré, con tanto sentimiento como lo canta él; y, asimismo, bailó y cantó La Lambada como si estuviera en el mismo Carnaval de Rio de Janeiro.

La lavadora tuvo que esperar un tiempo más, ahí estaba siempre Juana, la lora, cantándole a la doña mientras lavaba la ropa.

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