Por Bellatrix (Beatriz Betancur).
Habitar el campo en compañía de un instrumento musical, es sumergirse en recuerdos de infancia, ver el atardecer, la hierba fresca, la tierra húmeda, se siente un abrazo que irradia energía, luz, paz y tranquilidad; escuchando los ritmos colombianos a través del sonido de un tiple, adicionando los canticos de pájaros, gallinas, gallos en busca de su morada, observando caer el sol anunciando que deben resguardarse para no perecer por el frio. El brillo de las estrellas permite soñar y deleitarse con cada constelación, sobre extensiones de prados verdes, árboles mecidos por la brisa, creando una sinfonía natural en las noches
acompañada por el sonido natural del tiple galopando en los corazones.
Este instrumento de doce cuerdas nos permitió comprender que cada elemento encontrado en la naturaleza fluye como un rio tranquilo que invita a la reflexión bajo la danza de las nubes sobre nosotros.
El tiple pertenecía a un viejo amante de la música y llegó a mis manos porque quería involucrarme, era necesario acercarme al centro de la ciudad de Medellín desde el corregimiento de San Antonio de Prado. Él lo sintió cada día transitando en mis hombros hacia la ciudad, donde se iba perdiendo el sonido de la naturaleza, parte de la energía, de las vivencias en torno a la vida de los seres que nos acompañan,
perdiendo allí su refugio, su estado; porque cada árbol se corta para utilizar su espacio en loza, es acabar con las aves y los seres que se arrastran y saltan habitando el lugar.
En el recorrido para llegar a la ciudad se siente el aroma del café recién hecho y el tiple se estremece al sentir que su madera cruje por el calor directo, este flota en el aire mezclándose con las risas y el bullicio lejano del mercado en la calle Amador cerca al pedrero, brindando una serie de posibilidades para los nuevos seres. De ahí continuaba un desplazamiento hasta dos cuadras arriba del parque de Bolívar
cuando no existía aun la avenida Oriental.
En la naciente ciudad con nuevas edificaciones se podía ver como al despertar se filtran por las cortinas el cambio de las calles empedradas que luego serían ensanchadas y pavimentadas para generar el desarrollo de las comunicaciones viales que forjaban un futuro para quienes las iban a descubrir, ya sea por los
mercados o los jóvenes que no tenían la posibilidad de estudiar en instituciones especializadas en artes o en estudios superiores.
Cruzar la Ciudad con el tiple al hombro, siendo testigo de cada escena que se vivía, no porque acababa de dar una serenata en la gran noche, sino por querer aprender a tocar un instrumento para que su alma brillase como el canto de los pájaros y la luz de las estrellas. Transitando este territorio naciente, donde un sábado en la mañana solo se siente el crujir de los bares con su música carrilera o los ya bebidos
que salían con su estrella “Mujer” a buscar refugio en alguno de los sitios que garantizaba la ciudad.
Daba susto encontrarse algunas escenas no eran las más dignas para la existencia de una niña que sólo sabía del campo. Cada día mi tiple y yo veíamos como abrían la tierra para los cimientos de edificios que se levantaban haciendo juego con los árboles que se erigían en guardianes de la ciudad, creando un paisaje urbano que danza la nostalgia de muchos campesinos, estableciendo así una nueva modernidad para la que nunca logramos estar preparados; hasta el tiple se fue deteriorando y allí mismo en Amador, en el Palacio del tiple lo cambiamos mi padre y yo por otro.
De pronto la ciudad se embellece con amplias calles llenas de vida, edificios y parques rodeados de las iglesias; los emprendedores definieron que las capillas serían las primeras en reunir los seres y fortalecer un mercado que se estaba instalando fuera de pequeñas plazas de pueblos y Corregimientos; formando un
océano de colores que deleitaban con sus maravillas.
Con los años había que transitar con el tiple para llegar al nuevo lugar más lejano, así fue como este fluido instrumento se hizo testigo cómplice de la primera piedra que Sofía Ospina de Navarro colocó para construir la naciente Escuela Popular de Arte.
En puntos estratégicos de la ciudad se tejía la huella histórica, donde las construcciones reflejaran la vida pasada, los grandes edificios se alzaban desafiando al tiempo. Con estos cambios la ciudad perdió también la oportunidad de su abrazo con los sueños del campo donde se tejían las raíces y el legado de
nuestros ancestros, apagadas por luces y ruidos brillantes de otros ritmos.
Al corregimiento llegó también el desarrollo y la inseguridad, el tiple que soñaba ser el compañero de vida fue raptado del sueño de la casa de raíces frondosas.
Imagen aportada por la autora