El monstruo de la cañada

Por: Alberto Suárez Villamizar.

Al enterarse de que nuestra llegada tarde a casa se debía a que habíamos estado jugando en la cancha “El Remanso”, nuestros padres preocupados por la demora, luego de darnos la respectiva reprimenda, nos decían que nos exponíamos al ataque de un monstruo sin cabeza que, echando sangre por la nariz, agredía a quienes se atrevían a pasar en la oscuridad por la cañada, que era un paso obligado entre la cancha y las primeras casas del barrio.

Con el propósito de seguir acudiendo al lugar, ideamos maneras para protegernos de esa horrible bestia; tales como marchar agrupados, y tomados de la mano, además de portar garrotes para defendernos en caso de ser necesario. Cada vez variábamos el orden de la fila, dejando adelante a quienes considerábamos más fuertes, sin embargo, siempre creímos prudente que la mejor manera era mantenernos alerta y emprender veloz carrera para alejarnos del peligro que nos acechara.

Fueron muchas travesías llenas de terror las que hicimos por ese lugar, claro, siempre a escondidas de nuestros padres, y nunca nos apareció el monstruo, lo que atribuíamos a nuestra estrategia. Además, pensábamos ciegamente que “soldado prevenido no muere en guerra”.

No entiendo por qué ahora, que soy un hombre mayor y mis hijos continúan yendo a jugar hasta la cancha “El remanso”, al tratar de advertirlos sobre el peligro que representa la presencia en esa cañada donde suele aparecer el monstruo sin cabeza que hecha sangre por la nariz, sueltan unas sonoras carcajadas, luego me miran mostrando en sus ojos cierto grado de compasión.

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