Cuento: Los gitanos a seis manos

Por Lucila Pinzón, Nelly Quiroz, Martha Lucía Cardona, Taitianna Roa, Liliana Giraldo G. y Bielsa Montaño.

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1. Encuentro con la Naturaleza

Por Lucila Pinzón

Salí de la ciudad con el objetivo de descansar, relajarme y, ¿por qué no?, encontrarme con alguna nueva historia para escribir. ¡Oh sorpresa! En mi primera salida a caminar por la naturaleza, me encontré con una hermosa y gentil gitana. Nos presentamos:

―Mucho gusto. Soy Alberto.

―El gusto es mío, mi nombre es Kalú.

Cuando me identifiqué como escritor, ella pegó un grito de alegría. Según sus creencias y ritos, sabía que un día se encontraría con alguien dispuesto a contar su historia de amor. Ella aseguraba que yo era esa persona. La verdad, desde tiempo atrás yo tenía la idea de escribir una historia sobre gitanos, pero desistí porque, desde unos años atrás, parecían extintos. Entonces pensé que escribir algo relacionado con ellos no le interesaría a nadie en la actualidad y que mi escrito sería un fracaso, así que decliné. Pero ahora, ante una historia de amor de una gentil y linda gitana, no me rehusaré.

Así que me dispuse a escucharla. Desde el inicio, mi pluma no paraba de escribir su relato.

Esta historia inició así.

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2. Foráneo motorizado

Por Nelly Quiroz

Dijo Kalú:

―Alberto, gracias por esta valiosa oportunidad de compartir nuestra historia, para poder dar a conocer cómo está en Colombia nuestra olvidada cultura gitana. Nuestras tradiciones y costumbres han sido afectadas por la situación de olvido, abandono, discriminación, desplazamiento forzado y por ser víctimas del conflicto armado.

Girón, linda región santandereana. Allí llegamos varias familias gitanas, o llamadas pueblo Rrom, huyendo del conflicto armado. Allí hemos estado refugiados. Nuestros clanes, conformados por patrigrupos familiares, itineramos de manera conjunta a la orilla sur del municipio.

Aquel lunes 1 de mayo de 1980, el intenso resonar de una moto rompió el melodioso sonido de la brisa. Me asomé por la ventana al escucharla. Allí, un robusto hombre descendía de una moto y ayudaba a mi abuelo Danior a bajar de ella. El abuelo cojeaba y le sangraba un brazo. Asustada, corrí a ayudarlo y grité con voz temblorosa:

―¡Mamá Yajaira, ven pronto!

El hombre que se acercaba traía del brazo al abuelo Danior. Sonriendo, extendió su mano, tomó la mía y, mientras la sostenía con firmeza, se inclinó y con voz suave me dijo:

―Buenas tardes, señorita. Tienes la sonrisa más bella que he visto ―con un guiño, agregó―: Mi nombre es Wesh. Vengo a traer al señor, quien tuvo una caída y lo auxilié. Está bien, es solo un raspón.

Ese gesto tan cortés y varonil y su mirada encantadora, me hicieron sonrojar. Una gran emoción recorrió todo mi ser, erizándolo.

Perturbada, con tono tembloroso y entrecortado, le respondí:

―Muchas gracias, señor Wesh. Soy Kalú, su nieta. Gracias por ayudarlo y traerlo a casa.

Agregó:

―Solo Wesh para ti, sin el señor.

Salió mamá Yajaira y, al ver al abuelo Danior, corrió, lo abrazó y, llorando, le dijo:

―Papá, ¿qué te pasó? ¿Por qué estás así?

El abuelo, con voz calmada, la tranquilizó, le presentó a Wesh y le contó lo sucedido. Ella le agradeció la ayuda y lo invitó a entrar.

Quedé allí paralizada en la puerta mientras los tres ingresaban a la sala. No sé cuánto tiempo transcurrió. Lo veía caminar con firmes pasos, conmovida por el generoso gesto con el abuelo. Yo estaba embelesada por su porte, tan diferente a los hombres de mi comunidad. Su original y caluroso saludo, su hermosa voz, su llamativo rostro, su tez morena, mirada ensoñadora y modales eran encantadores.

Creo que fue un eterno y ensoñador divagar, interrumpido por el llamado de mamá, quien me despabiló. Estaba muy seria, me tomó del brazo, moviéndome a un lado para darle paso a este galán. Con ceño fruncido y tono fuerte, me dijo:

―El señor Wesh se va. Despídete y regresa a tus quehaceres ―estudiar la lectura de cartas.

No sé por qué ella estaba tan seria. Seguramente detalló lo ensimismada que estuve, tal vez boquiabierta, babeando o como una estatua delirante, mientras ellos tomaban el café.

Fue atracción, encanto y conexión inmediata con este hombre. Creo que fue amor a primera vista.

Aquella noche, como en otras ocasiones, luego de cenar, el abuelo Danior se sentaba en su mecedora a la entrada de la cabaña a fumar su tabaco, mientras mamá Yajaira se ubicaba en un viejo tronco a conversar.

Desde la ventana de mi habitación alcancé a escuchar algunos apartes de su conversación. Mamá Yajaira expresaba su admiración por la amabilidad y los comportamientos de Wesh, mientras el abuelo Danior manifestaba su total desaprobación a cualquier acercamiento o relación sentimental por ser foráneo; acentuaba y planteaba las trágicas consecuencias que surgirían.

Al día siguiente, mientras caminaba rumbo a la galería, me llamó la atención cómo un hombre me miraba. Di la vuelta. “¡Es Wesh!”, pensé y con una sonrisa misteriosa le dije:

—Buenos días, Sr. Wesh, digo, Wesh. ¿Estás perdido? ¿Qué buscas?

Vestía un elegante traje negro y una corbata azul, con una impecable camisa blanca. ¡Qué guapo lucía! Él se detuvo en seco, como hipnotizado, me observaba. Se recuperó de su trance, me tomó de la mano y, sonriendo, dijo:

—Hola, Kalú. Qué bueno verte, estás hermosa. Estoy buscando inspiración para mi próximo proyecto. He oído que en Girón, el barrio gitano, es un lugar mágico donde la creatividad y la pasión fluyen libremente.

Sonreí y asentí.

—Sí, este es un lugar especial. Pero la inspiración no se encuentra solo en los lugares, sino también en las personas. ¿Quieres que te muestre el verdadero espíritu del barrio y de la gente gitana?

Wesh asintió ansiosamente, y lo tomé de la mano. Lo llevé a través de las calles empedradas, mostrándole los colores y los sonidos del barrio. Le presenté a mis amigos, Sandor y Natalia; también le enseñé a hablar, a bailar y a cantar como los gitanos.

Estuvimos en el patio de una vieja casa, donde el ritmo de la música al inicio era lento y sensual. Bailábamos en el centro del patio con más pasión y energía. Wesh sonreía y vibraba de emoción al ver cómo sacudía mi rizado cabello y movía mi larga, floreada y amplia falda de mi tradicional vestido gitano, mientras él me rodeaba decidido con sus brazos fuertes y me hacía girar.

De vez en cuando, mientras bailábamos emocionados, veía cómo algunos asistentes se unían al baile, formando un círculo alrededor de nosotros, y cantábamos juntos. Tocaban instrumentos, como las castañuelas o la guitarra; otros simplemente disfrutaban del momento y se dejaban llevar por la música y la emoción. Había quienes, al bailar, realizaban movimientos tradicionales gitanos, como el “zapateado” (un ritmo rápido y complejo con los pies), braceaban haciendo giros veloces y elegantes, y también realizaban movimientos más sensuales y románticos.

Al finalizar la noche, la música se desvaneció lentamente. El baile terminó con una ovación y aplausos, mientras Wesh y yo nos abrazamos. Esta experiencia divertida nos dejó un recuerdo grato y duradero de una noche mágica y emocionante.

A partir de ese día, Wesh se mostraba cada vez más entusiasmado y atraído por mí y mi mundo. Me comentó que se dio cuenta de que había estado viviendo en un universo de números, ecuaciones y gráficos, sin saber que había un atractivo espacio de pasión y creatividad esperándolo justo al lado.

Por mi parte, me encontraba cada instante más atraída por el encanto, ambición y determinación de Wesh. Me di cuenta de que, a pesar de nuestras inmensas diferencias culturales, había entre nosotros una conexión profunda.

Nuestra relación fue imparable. Wesh expresaba incesantemente haber encontrado la inspiración que estaba buscando, y yo sentía que, sin estar buscando, había hallado un compañero que me apoyaba y me amaba por quién era.

Como sabía que nuestro amor estaba prohibido —dado que mi madre Yajaira y mi abuelo Danior no aceptaban a Wesh—, y adicionalmente, la sociedad no gitana nos veía a los gitanos como personas poco gratas, racistas y raras, decidimos huir juntos, abandonando mi caravana, seguridad y mis tradiciones para perseguir nuestros sueños y la pasión de nuestros corazones.

Viajamos juntos por montañas y valles, cruzando ríos y bosques. Enfrentamos situaciones difíciles, tormentas, peligros y grandes desafíos. Pero nuestro amor nos mantuvo unidos, y ese espíritu aventurero de estar juntos nos dio la fuerza para persistir y no desistir.

Un día, después de varios meses de viaje, llegamos a una pequeña aldea en la costa del mar. Estaba rodeada de acantilados, playas de arena blanca, y el mar azul brillaba bajo el sol. Con emoción, nos miramos con Wesh. Me tomó entre sus brazos y asintió que, por fin, habíamos encontrado el anhelado lugar para formar nuestro hogar.

Y así, con este hombre atractivo, con este soñador y afamado empresario, nos casamos en una ceremonia no gitana, acompañados de Sandor, Efraín, Natalia, otros amigos y familiares, los padres y hermanos de Wesh. Mi mamá y mi abuelo estuvieron presentes, a pesar de no aprobar inicialmente nuestra unión. Ellos tampoco recibieron ningún pago o dote por la compra de la novia de parte de la familia de Wesh, como se acostumbra en la cultura gitana.

En este hermoso lugar llamado Puerto Colombia, en una casa antigua con un enorme patio, vivimos felices, rodeados de la belleza, la libertad del mar y la naturaleza. Vivimos unidos por la pasión y la creatividad.

Tenemos dos hermosos hijos, David y Luna, y pronto seremos abuelos.

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3. Nostalgias de un patriarca gitano

Por Martha Lucía Cardona

Tres meses antes de la boda, el abuelo estaba sentado en la silla mecedora afuera de la chabola, recibiendo el fresco aire del atardecer junto a su hija mayor, Yajaira. Nos pusimos a recordar tiempos pasados. Le contaba cómo habían llegado a la Kumpañy de Girón nuestros antepasados. Ellos estaban establecidos en el norte de la India y, como siempre fueron excluidos, acordaron salir a diferentes países. El mayor asentamiento se estableció en Málaga, España, y de ahí siguieron recorriendo el mundo. No era fácil; se escondían en los barcos bajo las más precarias condiciones. Uno de los grupos llegó a la costa norte de Colombia y de ahí se asentaron en Bucaramanga. Y no por llegar a este lugar cambiaron sus vidas, porque siguieron siendo maltratados. Desde siempre, nuestros derechos han sido vulnerados. Nuestros aportes a la conformación nacional nunca se han tenido en cuenta. Nuestro pueblo no ha ocupado ningún lugar; se nos han negado nuestros derechos colectivos y patrimoniales, en especial el de la libre determinación.

―Tú sabes, Yajaira, que conservando la línea de mi padre, he continuado con su liderazgo, trabajando arduamente por los nuestros. Solo hasta principios de 1990, este país empezó a tener en cuenta a las minorías, entre ellos los gitanos, y empezaron a estudiar nuestra cultura. Nuestros jóvenes pudieron ingresar, aunque con muchas trabas, a las instituciones educativas.

Le preguntó su hija:

―Papá Danior, cuéntame de ti y de mi mamá. ¿Cómo se conocieron?

―Hija, nos conocimos hace 60 años. Ella pertenecía a otra casta, en un pueblo a dos horas de mi chabola. En una de las integraciones, nos conocimos. Tu mamá, cuando la conocí, era una gitana hermosa de pelo largo negro y cejas tupidas que enmarcaban unos ojos negros de mirada profunda. Su cuerpo era como el de una palmera, y el traje que llevaba era una falda vaporosa y de llamativo colorido. En su cabeza tenía un pañuelo adornado con monedas que le hacían juego con sus pulseras. Me quedé perplejo de ver la hermosura de esta romaní. Ella me miraba y yo a ella. Me acerqué, la saludé con todo respeto e iniciamos una conversación sobre su familia, conversación que prolongamos por largas horas. Al despedirme, le dije que si podía volver. Me respondió que hablara con su papá, y así lo hice. Con la autorización de él y bajo muchas condiciones, la seguí visitando. Pasábamos largas horas charlando y riéndonos, caminábamos por un bosque cerca de la chabola de su familia.

»En una ocasión, nos fuimos al bosque cuando estaba oscureciendo. Ella me invitó a que nos acostáramos en el tapete verde de pasto para observar las estrellas, sentir el olor de las diferentes flores que nos rodeaban y recibir un baño de luna, con las luciérnagas como testigos. Así pasamos un rato en contemplación. De pronto, sentimos pisadas, y frente a nosotros estaban los padres de tu mamá. Con gran enfado, nos llevaron a la casa como si hubiéramos cometido la falta más grande, y este hecho apresuró el matrimonio con tu mamá.

Yajaira se levantó y trajo una taza de café a su papá. Continuó el diálogo y le preguntó:

―Papá, cambiando de conversación, quiero que me expliques qué fue lo que te pasó cuando ese muchacho, Wesh, te trajo herido hasta la casa y te entregó en los brazos de Kalú.

―Hija, eso fue una discusión que tuve con un hombre a quien le vendí un caballo. Me reclamó porque dijo que lo había engañado, y eso no es cierto. Al momento de venderlo, le dije que era un caballo lento y que tenía muchos años. No obstante, él me dijo que lo compraba porque ese precio era cómodo. Se cerró el negocio y se lo entregué. Ahora viene todo agresivo y me pega un golpe en la cabeza. Él quería que le devolviera el dinero después de haberlo utilizado, y eso no es justo. Le dije que no le devolvía nada porque el negocio fue claro y aceptado.

Yajaira le dijo:

―¿Tú no vas a ir a las autoridades por haberte lesionado?

―No, tú sabes que nosotros los Rrom no acudimos a la justicia ordinaria por temor. Preferimos dejar las cosas calladas. Si esto hubiera ocurrido con otro de los nuestros, hubiésemos acudido a nuestra fuente KRISS ROMANI, los mayores que son sabios y aplican la justicia. Recuerdas cuando mataron a tu esposo; fueron ellos quienes impusieron una sanción moral al que le ocasionó la muerte a tu esposo.

―Mira, papá, respondió Yajaira, eso que te ocurrió permitió que Wesh y Kalú se conocieran e iniciaran una relación. Y veo que es un buen muchacho: estudiado, inteligente, serio y con futuro. Pero es un foráneo. Nosotros somos una cultura endogámica, y nunca será de los nuestros. Tú sabes que para ser Rrom se requiere nacer en la cuna. Si ellos viven juntos, se presentarán muchos problemas por la diferencia cultural que existe entre los Rrom y los Payo. ¿Cómo va a respetar este foráneo nuestras costumbres? No va a poder comprender que no pueden compartir el jabón o las toallas, que la ropa del hombre se lave en un momento diferente al de las mujeres, que el uso de la vajilla y utensilios de cocina tenga restricciones en su uso doméstico. Deben tener todo por separado, hasta los utensilios donde comen. Definitivamente, esta relación no la podemos aprobar. Kalú pudo estudiar y sabe mucho de cartomancia, así que debe trabajar y buscar otro novio que sea un joven Romaní. ―Yajaira se quedó pensativa. Se levantó de su mecedora y le dijo―: Papá Danior, te dejo. Me voy para continuar trabajando en un pedido de los pocillos de porcelana.

―Sigue, hija ―respondió él.

Danior cerró sus ojos y se quedó elucubrando por todo lo que ha tenido que pasar el pueblo Romaní: la exclusión y la invisibilidad de la sociedad hacia ellos, cuando su pueblo ha podido aportar tanto a la sociedad colombiana desde la cosmovisión de nómadas.

―Somos conocidos mundialmente por nuestras artes adivinatorias, quiromancia y cartomancia, y por nuestro trabajo con metales. Somos un pueblo especial, por eso nuestra bandera está formada por dos franjas iguales: una azul, que significa el cielo que cubre nuestros viajes, y en la parte inferior, una verde, simbolizando los caminos recorridos y por recorrer en este planeta. Tanta lucha para tan pocos logros. Seguimos siendo un pueblo vulnerable, donde tenemos los mayores índices de empobrecimiento y analfabetismo. Y con profunda tristeza, se fue quedando dormido.

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4. Tradición

Por Taitianna Roa

Yajaira cada día se preocupaba más por el comportamiento extraño de su hija. Le pidió ayuda a los espíritus, recurrió a su sabiduría ancestral como consejera del Kumpañy y a sus viejas amigas con las que había compartido su larga vida, y no hallaba una solución.

Ella siempre fue ejemplo para los suyos. Su matrimonio nunca fue por amor; lo acordaron sus padres. Aprendió a conocerlo, respetarlo y a tenerle el cariño de un buen amigo. Su marido le fue arrebatado por una pelea de familias. Fue entonces cuando, con el apoyo de papá Danior, se convirtió en la guía espiritual de su grupo. Recurría a toda su sabiduría y conocimiento de las artes adivinatorias para aconsejar a cada miembro del Kumpañy.

Fiel guardiana de todas las costumbres, temía por su hija. Kalú no decía nada, pero ella sabía que estaba enamorada de alguien que no era de los suyos, en contra de todas las tradiciones.

Su dilema era que amaba incondicionalmente a su hija. La conocía hasta en el más mínimo detalle, y cualquier paso en falso que diera tendría consecuencias funestas.

Cada día se acercaba más el plazo para el matrimonio acordado de Kalú. Ella sabía que el corazón de su hija estaba en otro sitio, pero ¿qué hacer? ¿Debía seguir las costumbres de los suyos por el bien de todos o seguir a su corazón?

Cada vez estaba más tentada a hablar con papá Danior, pero tenía temor de su reacción. Ella jamás le ocultó nada, fuera bueno o malo.

Yajaira siempre esperaba la noche para que los espíritus la visitaran. Ellos la guiaban y le aconsejaban cómo orientar a los suyos.

En esa noche en especial, los necesitaba. Le preocupaba el futuro de su hija menor, ya de por sí rebelde, siempre contrariando las costumbres de su raza.

La tormenta arreciaba, pero no le daba temor. Era cuando más recibía presagios y mensajes.

Llamó a sus hijas y demás mujeres para informarles de su sueño de la noche anterior:

―Hija, tú eres la niña de mis ojos. He visto presagios: la muerte que camina entre nosotros y te aleja. No pienses en ese hombre. Su futuro no está entre nosotros; está más allá de las montañas que conocemos, y una gran nube negra posa sobre él. Ten mucho cuidado.

Yajaira, después de pensarlo mucho, hablar con los espíritus de su madre y abuela, optó por dejárselo al destino. Que fuera lo que las estrellas y los espíritus tenían escrito para cada uno. Y aunque no pudiera hacerlo abiertamente, en su corazón siempre apoyaría la decisión que su hija tomara.

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5. Lazo de amistad

Por Liliana Giraldo G.

Apenas habían transcurrido un par de minutos del aterrizaje de Wesh en Bogotá, cuando le estaba haciendo una llamada a su amigo Efraín; su amigo de infancia y de todas las épocas de su vida. Inclusive le pasó esa imagen rápida en su mente cuando, para él, fue la primera vez que se conocieron en aquel pequeño jardín infantil, compartiendo un pastel de zanahoria con chispas de colores que Efraín le brindó para calmar una de sus tantas pataletas.

―Hola, Efraín. Necesito verte ahora mismo.

―Hola. ¿Cómo es esa forma de saludar después de haber estado perdido en los municipios de los Santanderes por casi tres meses? ¿Cómo estás? Es lo primero que quiero saber.

―Todo bien, amigo. El proyecto de construcción va en crecimiento, y sobre lo que me ha sucedido en esas tierras es que quiero hablar contigo. ¿Dónde estás? Voy inmediatamente por ti.

Una vez sentados en un pequeño café en la zona de La Candelaria, Efraín percibió la gran ansiedad de su amigo. Era la primera vez que lo observaba con un brillo en los ojos, de donde unas chispitas ya adelantaban que algo desde su sentir más profundo se había instalado en su cuerpo.

―Efraín, amigo, he conocido a la mujer con quien he decidido construir una familia y continuar caminando en esta vida. Sabes que siempre me ha gustado moverme en diferentes ciudades y pueblos. Sabes que tampoco he tenido dificultad en vender mis muebles e instalarme en lugares nuevos para empezar de nuevo. También sabes que Patricia, mi novia por muchos años, no comprendía esta fascinación y pasión por descubrir nuevos espacios, a tal punto que finalmente fue la razón de nuestra decisión de no continuar juntos. Siendo ella una fantástica mujer, no lograba visualizar mi vida juntos. Por más que hablamos de varios planes, yo siempre ajustaba los tiempos para viajar más veces, y ella no lograba ajustarse a esos cambios.

―Wesh, esa historia la conozco. Ahora bien, cuéntame a quién has conocido y por qué estás tan seguro de que sea tu mujer.

―Pues bien, Efraín, ella tiene por naturaleza el deseo de viajar, de buscar nuevos lugares, de adaptarse a los cambios. Tiene la mirada más profunda y decidida que haya visto jamás. Es firme con sus decisiones, cariñosa, creativa, piensa siempre en ayudar a otros. Me hace latir este corazón aventurero. Quiero que la conozcas, y estoy seguro de que estarás de acuerdo conmigo.

―Te veo muy seguro y… enamorado. Ahora bien, ¿es así, medio loca ingeniera como tú? Porque con tanta emoción y empatía, me imagino que es de tu círculo empresarial.

―Estás completamente equivocado. Ella es de la comunidad Rrom de Colombia. Su nombre es Kalú, y está aquí conmigo. Huimos de su casa porque no me aceptan. No soy de su comunidad, ni mi familia tiene alianzas con ellos.

―¿Cómo así que está aquí contigo? ¿Dónde? No la veo.

―Bueno, antes de pasar por ti, la llevé a una tienda de ropa. Ella quiere lucir alguna ropa que pueda mezclar con sus trajes y está muy entusiasmada en conocer mi mundo. Sabes, yo viví estos maravillosos tres meses allá en la zona de Girón, inmerso en su mundo, y siento que es mi hogar de espíritu, algo que está en mí y que nunca antes había aflorado con tanta intensidad. Es mi hogar, y ella es mi luz.

―Amigo Wesh, verte tan feliz no hace sino que sienta alegría. Confío en tu buen juicio, y aquí estoy para apoyarte. Tendrás ahora la gran tarea de presentarla a tu familia. También quiero conocerla. Este es comentario de amigo desconfiado. Quiero darle mi visto, no vaya a ser que el amor te haya nublado la razón.

Wesh estacionó el carro. Efraín se bajó y esperó a que este le indicara hacia dónde iban para el gran encuentro con Kalú. Rápidamente, Wesh entró a un almacén y, con los brazos extendidos, salió de la tienda tomado de la mano con una mujer que lucía un cabello castaño oscuro, suelto en la parte de atrás, y adelante, unas pequeñas trenzas en forma de corona dejaban ver un rostro blanco, de pómulos rosados, labios rojos y unos ojos verdes que lucían unas pocas escarchas entre azules y púrpuras, que se iluminaban por el sol. Su cuerpo delgado, con un vestido largo de estampados tenues y tonalidades púrpuras, algo amarillo resaltaba; ajustado al cuerpo y en la parte alta lucía un hermoso chal tejido de color púrpura que combinaba con el maquillaje de sus ojos. Muy liviana de prendas y con unas sandalias por las que se veían sus pies pequeños y bien formados.

Al acercarse, Efraín estiró la mano para saludarla, pero ella lo abrazó y, con una voz muy delicada, le dijo:

―Hola, mi nuevo hermano. Es un gusto conocerte.

Efraín sonrió y, con una mirada afirmativa, sin muchas palabras, miró a Wesh. De inmediato, entendieron que esa hermandad había nacido para compartir un nuevo capítulo en sus vidas.

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6. Mi vida en la cultura gitana

Por Bielsa Montaño

Hola, soy Natalia. Conocí la cultura gitana en la región donde nací y fui criada. A mis siete años, accidentalmente conocí la Kumpañy asentada en las afueras del pueblo. Su colorido, alegría espontánea y lo artístico de su presentación me hipnotizaron, y por ende, mi continuidad merodeando el sitio me hizo visible para los gitanos mayores y menores.

Después de un tiempo de vaivenes intentando penetrar esa cultura, conocí a Kalú, una niña gitana de nueve años, hermosa. Sus ojos verdes brillaban hasta en la oscuridad. Una mirada profunda me permitía conocer sus estados de ánimo. Era madura para su edad, con sentimientos muy marcados. Desde esa tierna edad, se conocía sus pasiones. Amaba con intensidad e igual odiaba hasta el cansancio. Irreverente mientras su madre no la estuviese vigilando, contestataria ante cualquier insinuación de ofensa y, definitivamente, una persona muy singular y especial.

Fuimos amigas confidentes. Compartimos todo en la cotidianidad. Diariamente renovábamos votos de amistad eterna. Nuestros más íntimos pensamientos eran analizados por las dos. El clímax de nuestra relación era compartir las mil y una pilatunas en las cuales nos vimos comprometidas y que nos causaron tantas correcciones: días sin poder hablarnos y castigos de aislamiento. Siempre imperó la amistad profesada.

La normalidad de una vida sin mayores contratiempos transcurría hasta el día en que su abuelo sufrió un accidente y Kalú conoció a un payo (así identifican los gitanos a las personas naturales del país donde están habitando). Fue amor a primera vista para ella y para mí. Cuando él se presentó ante su familia, yo estaba presente en la sombra. No tardé en darme cuenta de que el amor floreció repentinamente en las dos: un sentimiento pecaminoso compartido. Para ella, porque su familia, por idiosincrasia y costumbres ancestrales, no lo permitían; y yo sentí que debía aprovechar las circunstancias para ganar en la competencia.

Los años pasaron. Siempre estuve presente en los eventos que los unieron. Vi cómo mis expectativas se desmoronaban. Los pensamientos me quitaban el sueño, urdiendo patrañas para quitarle a mi amiga el hombre de su vida, aunque no arrojaban nada positivo. Conocí mi parte negativa, tenebrosa y mala consejera. Sabía que la población Rrom es extremista: si no mueren de amor, sienten arrebatos; quieren con pasión o tienen rencores. Analicé y puse a mi favor esos factores. Kalú me dio un adiós definitivo, y empezó nuestra rivalidad abierta. Confieso que perdí.

Pero el tiempo no perdona. Las circunstancias nos volvieron a unir cuando, por casualidad, los encontré ya como pareja formal en un sitio inimaginable. Yo había puesto distancia para evitar confrontaciones, pero no fue lo ideal. Los veía felices, y la envidia envenenó mi corazón. Despertó mi curiosidad saber sobre su vida. Indagué y confirmé que, efectivamente, su convivencia, aunque irregular por las circunstancias que atravesaban, era bastante fuerte, bien conformada y relativamente plena de amor. Mi sufrimiento no dio tregua. Ataqué. Cité a Wesh en un sitio público, utilicé argucias sucias, lo seduje mediante argumentos falsos, aún siendo conocedora de que ese amor era incorruptible. Pero mi necesidad de demostrar que mi adoración por él estaba por encima de cualquier otra predilección me habilitaba mentalmente para no sentir remordimientos.

Él compartió nuestra vivencia con ella, buscando su perdón, argumentando su debilidad varonil, sintiendo un arrepentimiento real a conciencia efectivo. Jamás Kalú me confrontó, y yo sé que ese solo momento disfrutado a plenitud cerró la herida que imaginariamente yo tenía en mi corazón.

Hoy estoy segura de que hay pasiones insuperables, que mi amor platónico es él y que nunca voy a olvidar los escasos momentos vividos en la intimidad, aunque sé que traicioné una amistad que debería ser eterna.

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Un deber de escritor

Por Lucila Pinzón

Una gran historia de amor, ternura, magia, encanto y pasión entre una linda gitana y un criollo que, a pesar de ser tan diferentes, se fundieron en uno solo, construyendo una hermosa familia. Mi pluma no paró ahí. Continuaremos tejiendo más historias igual de importantes para todos y cada uno de los integrantes de esta Kumpañy.

Danior, el abuelo, con sus nostálgicos recuerdos de cómo llegó a Girón, Santander, su Kumpañy; cómo fue casarse con una hermosa mujer que no era gitana y muchos otros momentos que le causan nostalgia.

Yajaira, hija de Danior y madre de Kalú, manifestó la preocupación por su hija, pues en la cultura gitana no se casan por amor. Lo hacen por el compromiso que sus propios padres adquieren con algún gitano cuando sus hijas son niñas. Ella ha guardado fielmente las costumbres para que pasen a las siguientes generaciones. Mantuvo la esperanza de que los espíritus, en la noche, visitarían a Kalú y le aconsejarían desistir de su boda con aquel criollo.

Efraín es amigo de Wesh desde la infancia. Asegura que entre ellos dos existe ese lazo que los ha unido siempre; más que amistad, es una hermandad, complicidad de los dos. Motivo por el que Wesh se sinceró y le contó a Efraín toda su historia de amor con la gitana Kalú.

Natalia me dejó asombrado con su relato de villana, pues cuando conoció a Wesh, se enamoró locamente de él, persiguiendo, acosando, haciendo hasta lo imposible por ganarse su amor, pero no lo logró. Lo único que obtuvo fue un rato de intimidad, con lo cual le tocó conformarse para siempre.

Es así como descubrí costumbres, creencias, vestuario, gastronomía, ritos, magia y todo acerca de los gitanos. Y también es como queda al descubierto la persecución, exclusión y, de una u otra forma, la esclavitud que todavía viven las etnias gitanas. Es por eso que, como escritor, es mi deber y obligación publicar todos estos relatos como testimonio en pro de la justicia, derechos e igualdad de todos y cada uno de ellos.

FIN

Imagen aportada por el grupo de autoras.