Por Gustavo Ramírez.
En el corazón del bosque, donde las sombras danzan y los árboles susurran secretos, hay un árbol gigante que se alza hacia el cielo como un dedo acusador. Su copa es un nido de ramas entrelazadas, un trono natural para las brujas que se reúnen allí cada lunes.
La última luna menguante iluminó el claro del bosque, y las brujas comenzaron a llegar, sus sombras deslizándose sobre la hierba como serpientes. Cada una llevaba un objeto peculiar: una pluma de cuervo, un cristal de roca, un hilo de seda negra, una pata de rana.
La primera en subir al árbol fue Arachne, la tejedora de telarañas. Su cabello era una madeja de hilos negros que se enredaban en las ramas mientras ascendía. Luego vino Calantha, la curandera, con su bolsa de hierbas y su sonrisa enigmática.
Una a una, las brujas se reunieron en la copa del árbol, cada una ocupando su lugar en el círculo. La última en llegar fue Lyra, la joven aprendiz, un tanto despistada, que temblaba de emoción mientras se unía a las demás.
El círculo se cerró, y las brujas comenzaron a cantar. Sus voces crearon un hechizo de encantamiento que obligó a las estrellas titilar en el cielo. La luna se detuvo en su descenso y el viento se aquietó, como si el mundo mismo estuviera escuchando.
En el centro del círculo, una llama surgía de la nada, alimentada por la energía de las brujas. La llama creció, y las brujas se inclinaron hacia ella, sus ojos brillaban con un fuego interior.
“¿Qué pedimos a la noche?”, preguntó Arachne, su voz como un susurro de seda.
“Protección para nuestros hermanos del bosque”, respondió Calantha.
“Guía para los perdidos”, agregó Lyra y esbozó una sonrisita irónica.
Así, cada bruja expresó su deseo y la llama creció al absorber sus palabras para convertirlas en realidad. Cuando el último deseo fue expresado, la llama se apagó, y las brujas se despidieron descendiendo del árbol, como sombras que se desvanecen en la noche.
El árbol quedó solo, su copa vacía, pero su espíritu estaba lleno de la magia de las brujas.
Y así, cada lunes, el árbol se convertía en un aquelarre de brujas, un lugar donde la magia y la naturaleza se unían en un baile de sombras y luz.
Sin embargo, una noche sin luna, el bosque se convirtió en un reino de sombras. La reunión nocturna de brujos y brujas se celebraba en un claro rodeado de árboles retorcidos. El aire estaba cargado de incienso y miedo. En el centro del círculo, un macho cabrío emergió de la oscuridad, sus ojos rojos brillaban como carbones en ignición, el aire se tornó azufrado… ¡Belcebú había llegado!
Corregido por: Ofelia A. / Alberto de la E. – Fotografía: : deposiphotos.com