AL OTRO LADO DE LA CANASTA: INFANCIAS INVISIBLES EN LAS PLAZAS DE MERCADO

Por Bielsa Montaño.

Contar cuentos es muy natural, en múltiples ocasiones nos vemos avocados a improvisar anécdotas que ni nosotros mismos nos creemos, pero que inexplicablemente son aceptadas por nuestros interlocutores. Este relato tiene todo el tinte de la coherencia percibida, sentida y vivida.

En momentos en que los estudios se tornan más candentes y exigentes en la universidad, estudios en sociología, el maestro exige que se le entregue nuestra visión, de lo que sentimos, palpamos desde el punto de vista formal y social cuando visitamos una plaza de mercado y encontramos niños trabajando o acompañando a sus padres en las labores propias del hacer diario en un lugar que consideramos no apto para el trabajo de menores de edad.

Teníamos nuestras dudas, nos opusimos, prejuzgamos y manifestamos: “Con la población de las plazas de mercado es muy difícil, son personas muy sesgadas, son muy difíciles las entrevistas con ellos”. Y continuamos argumentando cualquier cantidad de disculpas para no cumplir con esa labor, ahora nos preguntamos ¿por qué, … efectivamente, teníamos pánico de enfrentarnos a esa realidad.

Y aquí estamos, en esta ciudad donde hay 21 plazas de mercado, escogimos una, y la suerte nos sonrió. Esta es una de las muchas secuencias consignadas en nuestro informe. El administrador, llamémoslo Jaime, una persona muy amable, sin hacer ostentación de su cargo (el cual es muy importante en el status de cargos oficiales), nos orientó, ofreció
todo su apoyo. Nos contó que eran 12 familias con la necesidad de llevar a sus hijos desde las 8 de la mañana a las 5 de la tarde. Tres eran hombres cabeza de hogar y 9 mujeres que, aunque tenían compañero permanente, ellas respondían por el hogar.

EL CONTACTO CON LOS INDIVIDUOS OBJETO DE NUESTRO TRABAJO

Javier: (nombre ficticio) con 8 años de edad y escaza escolaridad, demuestra buena crianza, es receptivo y se nos presenta como el líder de los niños que acuden todos los días a esas instalaciones, es quien cuida a sus compañeritos y relata: “Yo los cuido porque aquí pasa de todo, hay mucha gente mala y tenemos que conocerlos para prevenir a los demás, no podemos andar solos, siempre en gavilla, no andamos armados porque no nos dejan nuestros padres, pero tenemos armas de palo encaletadas en las medias y los zapatos, porque en cualquier momento tenemos que defendernos. Yo no fui a la escuela, mi mamá no podía pagarme la escuela. Ustedes dicen que es gratuita. Eso es mentira, porque hay que comer, tener uniformes, cuadernos, libros, cuando el bienestar le dijo a mi mamá que debía ponerme a estudiar obligatoriamente o, si no, a ella le hacían algo, yo ya no quise. Estaba grande para estudiar con niños chiquitos, yo ya se todo de la vida, defiendo a mi mamá, vendo, conozco los pesos, hablo con la gente les ofrezco las frutas y las verduras y me siento grande, soy sobrado. No me gustan los niños de nuestras edades, que vienen con sus madres o padres a comprar. Nos miran como si fuéramos ‘femonenos’ (sic), perdón, fenómenos, se asustan y creen que los vamos a robar, qué tontos no saben que ellos necesitan de nosotros. Miren, yo soy el dueño del mundo, ya me rebusco el dinero, sufro menos que los que tienen que ir a la escuela y tienen deberes. No tengo papá, pero prefiero eso a tener un señor que todos los días toma trago mientras mi mamá trabaja, no deseo ser mantenido por mi mamá”.

Fernanda, hermosa, de cabello largo castaño claro, ojos verdes y tez blanca; tiene manos que denotan realizar trabajos como desgranar alverjas y/o maíz, un poco tímida. Ella decidió hablar porque sus amigos la animaron y dijo: “Doctores yo tengo 6 años, mi mamá me tuvo y a los ocho días me trajo, aquí me crio. Cuentan las amigas de Rosa, mi mamá, que yo dormía en una caja de frutas debajo de los mesones donde se colocan las naranjas y las demás”(¿?). Habla muy rápido y le pedimos que nos cuente despacio para poder consignar sus palabras, trata de entendernos y sigue con la misma velocidad: “Ellas, que eran amigas, me daban tetero con leche de vaca del potrero, todas conseguían mi ropa y siempre me han vestido como una reina. Yo soy feliz. No voy a la escuela todavía, pero el año que viene sí, porque necesito aprender a defenderme de todos los peligros que corremos los niños, yo no puedo ser amiga de los señores que trabajan en los otros puestos, porque hay hombres malos, le ofrecen a uno dulces y es para cosas malas. Por eso mis amigos nos cuidan a mí, a Linda, a María, a Martha y a la nena, porque ellos nos defienden. Yo sé que algún día voy a tener mi puesto al pie de mi mamá y voy a ser como ella, bonita, con muchos vestidos y con los amigos que le ayudan a pagar la casa donde vivimos. Ya no quiero hablar más”. Este es un sencillo muestreo, socialmente es impactante. El promedio de la edad de los niños de la primera infancia que permanecen en la plaza oscila entre los 1 y los 8 años de edad, han vivido más del 50% de su vida en ese entorno, sin sentirse menoscabados. Son libres, consideran que el mundo no es ese, hay otro que irán conociendo más tarde. Saben de drogas, quién consume, quién huele gasolina y quién fuma marihuana. Desde que empiezan a andar tienen el contacto real que los hace sentirse mejores que los niños “que
no son de aquí”, saben que corren el peligro de hoy estar jugando y mañana estar del otro lado. Llama la atención que se declaran felices, y lo demuestran. Piensan que ellos lloran menos que los niños “ricos”, defienden a sus madres y las ven como heroínas en la película de sus vidas.

¿Qué pensamos cada uno de los que conocemos estos pensamientos? De estas afirmaciones que hacen los niños en esas circunstancias, aún no sacamos conclusiones, el enfoque de los derechos de estos individuos nos permitieron conocer que hay legitimación para que trabajen, pero igual estamos descubriendo que no hay enfoque diferencial por parte del gobierno para impedir que estos niños no lo hagan. Amparados en la lógicas apreciación de sus mayores: “primero la sobrevivencia”.