Por Jairo I. Salgado P.
Han transcurrido un poco más de 36 horas y se acerca la hora de decir adiós a los niños víctimas de este absurdo accidente. El tráfico vehicular es un verdadero caos en inmediaciones al colegio, sitio escogido por las familias para la velación y la ceremonia litúrgica. El coliseo alberga desde hace varias horas los cuerpos sin vida de los 21 ángeles y el desfile de personas queriéndoles dar el último adiós, ha sido interminable, las ofrendas florales ya no caben en las instalaciones y ha sido necesario continuar acomodándolas en la vía pública
Todas las autoridades civiles, militares y eclesiásticas van llegando al coliseo del colegio. Profesores, alumnos, medios de comunicación y, lógicamente, padres, abuelos, hermanos y allegados van llegando y abarrotando el escenario escogido para la misa. Presiden la ceremonia el señor arzobispo de la ciudad y el padre rector del colegio. En la tribuna, el alcalde mayor y su gabinete en pleno, los generales y altos mandos del ejército y la policía.
Se escucha un hermoso coro infantil entonando el canto de entrada e inicia el acto. La misa transcurre lentamente. En los silencios del celebrante, solo se escucha el aire frío y cortante que pasa como ráfaga a esas horas en la triste Bogotá. Oración tras oración, cántico tras cántico y la liturgia llega a su final. Sube a la tarima el alcalde mayor quien ha estado muy pendiente del suceso porque uno de sus hijos, es exalumno de ese plantel educativo. Hace un saludo reverencial y pronuncia unas sentidas palabras de condolencia y solidaridad. Seguidamente los 21 féretros empiezan a ser trasladados a las carrozas fúnebres que una tras otra, esperan su pasajero para iniciar el lento y desgarrador desfile, unas, la mayoría, a un parque cementerio del norte y 2 o 3 a otro campo santo.
A principios de los años 60, vi desde la ventana de mi casa, el desfile apoteósico con la caravana que trasladaba al presidente Kennedy y al presidente Lleras a lo largo de la calle 26 hasta la carrera 7ª para llegar al Palacio de San Carlos, por la época, la casa de nuestros presidentes y recuerdo las calles llenas de gente apostada a lado y lado de la vía para saludar con pañuelos blancos al ilustre visitante.
Ahora hay tanta o más gente también a lado y lado de la vía con pañuelos blancos en sus manos, ondeándolos en señal de despedida y rostros bañados en lágrimas de dolor y desconsuelo. La ciudad entera se volcó a lo largo y ancho del recorrido para sumarse a la multitudinaria despedida que le dábamos a nuestros 21 ángeles. Puedo asegurar, sin temor a equivocarme que mientras las carrozas empezaban a ingresar al parque cementerio, aún había vehículos a las afueras del colegio, intentando unirse al interminable cortejo.
Mi crónica aquí llega a su fin. Por pedido expreso de las familias, al cementerio solo ingresó el círculo más íntimo de las familias y del colegio. Nuestra misión terminó aquí, pero el dolor nos acompañó por mucho tiempo y aún hoy el recuerdo produce tristeza. Paz en la tumba de los 21 ANGELES DEL AGUSTINIANO.
Foto aportada por el autor.