Dos mundos posibles

Por Samuel Gutiérrez.

Juan faenaba en su bote de pesca cuando divisó una ballena que emergía y se hundía de nuevo. Por sus características, tamaño y lentitud, se imaginó, que era la mitológica ballena de Jonás. Se lo creyó.

Sin miedo se tiró al agua y nadó hacía ella, para averiguar si fue verdad que se tragó a Jonás, durante tres días. Se subió como pudo y se metió como en una caverna, alta y ancha, luchando por no hundirse en esa gelatinosa y profunda lengua, que no soportaba su peso. Logró avanzar agarrándose de una de las paredes de las
fauces, prendido de los innumerables moluscos, ostras almejas y mejillones, aferrados a la piel interna del animal. Llegó por fin al inició del esófago y se dejó caer como por entre un tobogán, baboso y hediondo, al estómago del pez. Lo maravilló que, en vez de una sopa de restos de alimentos, encontró lo que Jonás tal vez
vio: Un reino maravilloso de altos templos, repujados en oro con similitud de conchas marinas. Escalinatas de mármol, con grandes estatuas de ídolos. El más conocido para él fue el de Poseidón, pues escuchó de él en sus clases de historia griega. Sus habitantes, hombres y mujeres, eran altos, muy bellos, una muestra de las
razas que fueron apareciendo sobre la tierra en los primeros tiempos, se imaginó. Nadie se acercó a él.

Vio, corrientes de agua cristalina y pura, por las orillas de calles limpias y con mucha vegetación. Estas aguas, tal vez, pensó, serían el origen de los grandes ríos milenarios, que transcurren por el mundo, cuyos nombres estaban anotados en lenguas y dialectos en grandes carteles de pergamino.

Recorriendo ese inmenso lugar llegó a los extramuros, donde encontró una vegetación muy alta y muy tupida, como los tres pisos o estratos, que tiene la selva amazónica, recordando algo que leyó en un libro. No se podía entrar, pues altas barreras no lo permitían. Oyó sí, los rugidos, bramidos y gritos de muchos animales encerrados allí, que nunca había oído, eran fuertes, largos y horrorosos.

─¿Será esto un parque jurásico? ─se preguntó.

Espantado, se alejó y volvió a la ciudad. De un momento a otro, pasando por una amplia plaza, la ballena, en ese momento, soltó un chorro de agua por su espiráculo y botó por él, cerca de la orilla, el cuerpo extraño que se movía en sus entrañas. Cayó al agua y nadó presto a la orilla y exhausto se durmió. Horas después despertó.

─¿Como así? ─se preguntó.

¿No estaba en la orilla del mar? Al recobrar el sentido en un bote, su propio bote, se encontraba rendido de cansancio, por las faenas de pesca, la tensión y el sol abrazador. Con los ojos abiertos, había alucinado y estuvo en un mundo irreal. Sus ropas estaban secas.

─Todo fue una fantasía, una maravillosa fantasía ─se dijo y se alegró por ello.