Sin dormir

Por Luz Marina Correa.

En busca de trabajo en otra ciudad, María se hospedó en casa de una recomendada. Fue bien recibida por la dueña, le mostró el cuarto donde pasaría la noche, el baño y la cocina. La estadía sería corta, pues sólo la citaron a entrevista personal y revisión de documentos. La suerte de su vinculación, dependía de ese momento.
Charlaron unos minutos, tomaron la merienda, vieron el noticiero y la novela de turno; a las 10 de la noche cada una se fue a descansar. Hacía mucho calor y María puso el ventilador a toda, no se cubrió y solo espero conciliar el sueño, pero nada. El calor era agobiante.

Pasado un rato, escuchó que alguien pasaba al baño en chancletas, pues las arrastraba al caminar, luego a la cocina, movía trastos y regresaba al cuarto; pensó debe ser la propietaria porque esa noche no vió a nadie más. Al cabo de unas horas volvió a percibir la misma situación, por lo que imaginó que la dueña no podía dormir. María daba vueltas en la cama, el calor era insoportable, trataba de pensar en otras cosas para conciliar el sueño, pero nada.

Nuevamente escuchó lo mismo. Le pareció extraño, por un momento se dijo: «la señora debe estar enferma, tal vez necesite ayuda». Se levantó, se puso las chanclas y pasó al cuarto, lentamente abrió la puerta, revisó y su casera estaba profunda. Sintió pánico. «¿Cómo es posible que salga y de repente quede dormida?» Retornó a su habitación con desconfianza y miedo, se recostó, revisó el cuarto con mirada sigilosa… era una casa muy humilde, no prendió la luz por pena de despertar a la dueña.

Toda la noche en vilo, no durmió. La arrastrada de chancletas la volvió a sentir en dos ocasiones más. Oró en silencio, no pudo cerrar los ojos, el corazón latía fuerte, rogaba que ya amaneciera. Apenas advirtió el cantar de un gallo cercano, se incorporó; en la sala había un reloj que marcaba las 4:45 am. Allí se sentó a esperar la hora del baño y partir a su entrevista.

Al rato la dueña se levantó, y fue a poner la olleta del tinto. Le preguntó a María cómo había dormido, ella le contó su penuria, además porque su cara lo decía. La casera muy tranquila le respondió:

—Ese es mi marido, que todas las noches sale al baño y siempre va a buscar comida.

—Pero ¿dónde está que no lo veo? — se sorprendió María.

—¡Uff…! murió hace como siete años, a los cinco lo sacaron del cementerio y, ante la falta de dinero, ha sido imposible comprar un osario, o cremarlo. Aquí lo tengo conmigo, en mi cuarto y en su cajita. En las noches molesta mucho, pero ya no le pongo cuidado. Los vecinos dicen que cuando yo no estoy, hay mucha bulla, eso es porque me demoro, nunca le gustó que estuviera por la calle, hasta muerto me controla. Al menos ayuda a cuidar la casa— Y sopló el tinto para servirlo. María, más asustada que en la noche, se arregló un poco y salió afanada a su entrevista para no volver.

Foto: Archivo particular
Revisó A. de la Espriella